A todos alguna vez nos ha pasado
que cuando por fin, tras tus insistentes súplicas, la tía te dice el tan anhelado “sí, puede ir al baño” y llegas con
tus últimas fuerzas a ese recinto sagrado donde puedes tener un momento de
intimidad y paz dentro de toda la jornada, donde nadie te puede decir que
hacer, donde puedes ser tú mismo, donde te puedes relajar; te das cuenta de que
algo no está bien, algo en tu interior te dice que ese momento que tanto ansias
va a tener que esperar un poco más, pues el indispensable recurso está ausente,
el confort.
Este simple, pero indispensable
recurso puede ser nuestra salvación o nuestra perdición, si no está presente
cuando lo necesitamos; en nuestra institución el confort se repone una vez al
día sin embargo, la mayoría de nosotros no considera que dicha cantidad sea la
necesaria para satisfacer las necesidades que más de 700 estudiantes tiene al
día y la mayoría se ve obligado a traer su propio recurso, este simple hecho
sin duda causa controversia dentro de nuestra comunidad, ya que nuestros padres
depositan mensualmente la cantidad de noventa y tres mil pesos a la institución
por nuestra educación y se supone que eso debería ser suficiente para poder
tener entre nosotros un “lujo” como lo es el papel higiénico.
No obstante, este conflicto no es algo
reciente, ya que viene desde hace muchas generaciones atrás sin tener una
solución concreta para nuestra comunidad, viéndose esta, en la obligación de
resignarse amargamente a aceptar las condiciones y a los bienes que
humildemente nos entrega la institución. Lamentablemente esta situación no cambiará no me queda más solución que
decirle a las promociones subsiguientes que se equipen con los recursos
necesarios para que lleguen al baño y no tengan que decir: “No hay confort,
otra vez”.
Por Aisha Nieto